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COSMOGRAFÍA Y HUMANISMO EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI: LA GEOGRAPHIA DE PTOLOMEO Y LA IMAGEN DE AMÉRICA
Antonio
Sánchez
Dpto. de Humanidades: Filosofía. Lenguaje y
Literatura –
Universidad Carlos III de Madrid
ansanche@hum.uc3m.es
Cosmografía y humanismo en la España del siglo XVI: la Geographia de Ptolomeo y la imagen de América (Resumen)
La influencia que las ideas ptolemaicas ejercieron en la cosmografía renacentista europea también afectaron al imaginario geográfico de la Península Ibérica. En España los geógrafos humanistas adaptaron la herencia clásica, en general, y las técnicas antiguas de representar el ‘mundo conocido’ (oikoumene), en particular, a los nuevos descubrimientos geográficos, de acuerdo a las inferencias teóricas de la Geographia de Ptolomeo. La recepción del redescubrimiento florentino del canon ptolemaico coincidió con los viajes ultramarinos realizados por los navegantes españoles y portugueses más allá de las columnas de Hércules. En términos cartográficos este paralelismo provocó algunos interrogantes difíciles de resolver entre aquellos que se disponían a dibujar los contornos de un mundo cada vez más amplio ¿Cómo trazar sobre una carta plana cuyo punto más occidental eran las Islas Afortunadas una gran masa terrestre bañada por dos océanos hasta ahora desconocidos?
Palabras clave: cosmografía, humanismo, Ptolomeo, Salamanca, América.Cosmography and Humanism in Sixteenth-Century Spain: Ptolemy’s Geographia and the Image of America (Abstract)
The influence of Ptolemaic ideas in the European Renaissance cosmography affected also the geographical imagination of Iberian Peninsula. In Spain, humanist geographers adapted the classical heritage and old techniques to represent the ‘known world’ (oikoumene) to new geographical discoveries according to theoretical inferences from the Ptolemy’s Geographia. The reception of Florentine rediscovery of Ptolemaic canon coincided with overseas voyages and expeditions made by Portuguese and Spaniards navigators beyond the Pillars of Hercules. In terms of mapping this parallelism provoked some questions difficult to resolve among those who were preparing to draw the outlines of an ever wider. How to represent on a flat chart whose westernmost point were the Fortunate Islands a large landmass bathed by two oceans hitherto unknown?
Key words: cosmography, humanism, Ptolemy, Salamanca, America.
Tras el
reconocimiento de la geografía humanista al valor de las ideas cosmográficas de
Ptolomeo era necesario adaptarlas a la representación no sólo de América, sino
también del Océano Atlántico y, tras el hallazgo de Núñez de Balboa en 1513,
del Océano Pacífico ¿Hasta cuándo duraría y hasta dónde llegaría el dominio de
la cosmografía ptolemaica?
Los cosmógrafos y cartógrafos españoles no fueron ajenos a la acogida que el humanismo brindó, como a tantas otras obras clásicas, a la Geographia, especialmente en centros académicos y culturales como la Universidad de Salamanca, cuna del humanismo español de corte erasmista[1]. El mismo Miguel Servet llevó a cabo dos ediciones de la Geographia de Ptolomeo, una en 1535 y otra en 1541[2]. El renacer de Ptolomeo determinó la cosmografía del siglo XVI, aunque sus formas de representación cartográfica fueron apagándose durante la segunda mitad de la centuria[3]. La Europa moderna, en términos cosmográficos, fue ptolemaica, pero no sólo. Las categorías científicas que regían la validez de sus mapas fueron necesarias, pero no serían suficientes. Gerard Mercator y Abraham Ortelius darían buena cuenta de ello.
Sin embargo, antes de que los Países Bajos controlaran el mundo de los mapas hacia finales del siglo XVI y principios del XVII, la sombra de Ptolomeo inundó todo tipo de material cartográfico, tanto manuales de cosmografía y de navegación como atlas y planisferios. Las influencias más determinantes de la recuperación de Ptolomeo procedían de sus métodos de proyección[4]. Éstos han llegado incluso a compararse con aquellas técnicas desarrolladas en el Renacimiento italiano y que desembocaron en la perspectiva lineal en pintura[5].
De una u otra forma la recuperación de las ideas cartográficas de Ptolomeo reflejan la premisa básica que recorre este trabajo, a saber, el centro de gravedad que supuso la cultura visual de prácticas científicas consideradas periféricas para el desarrollo de la ciencia moderna[6]. Se trata de poner de manifiesto una historia epistémica de la representación cartográfica basada en la mutabilidad de valores científicos que rigen la mayor o menor validez de la imagen. En los albores de la revolución moderna de las ciencias la generación del conocimiento estaba íntimamente ligada a la producción de imágenes. Es en la representación donde el arte y la ciencia mantuvieron una constante relación de reciprocidad. La representación visual gozó de un gran prestigio como medio de explicación en disciplinas matemático-geométricas donde la imagen formaba parte de la evidencia empírica. La cartografía se desarrolló como un conocimiento espacial vinculado a los valores de la cultura visual renacentista en la era de los descubrimientos, de manera que la geografía, mediante la representación, se unió a la revolución de las ciencias[7]. De acuerdo a estos indicios intentamos dar cuenta de la variabilidad de la experiencia científica mediante la historia de la representación cartográfica, prestando especial atención a los contextos y condiciones bajo las que sus formas emergieron y se desarrollaron en la España moderna. El objetivo descansa en el análisis de la relación entre los distintos modelos de representación cartográfica y sus correspondientes niveles de evidencia, prueba o descripción que se crearon para ello. Este trabajo se inserta así dentro de la tesis más general que estudia las condiciones que hacen posible la aparición de objetos en la experiencia. En otras palabras, ¿qué formas de objetivación lo hicieron posible? Esta nueva forma de abordar la representación cartográfica hace hincapié en la generación factual del conocimiento, en la emergencia de categorías científicas que están estrechamente unidas a una actividad científica y que cambian junto con las necesidades de su desarrollo, así como la puesta en entredicho de su hasta ahora entendido carácter estoico. La producción, desarrollo y mutabilidad de valores científicos está inexorablemente unida a la evolución instrumental y al avance de objetos científicos con una vida ontológica variable. Estos conceptos, valores o categorías generan espacios de experiencia. Este tipo de enfoque epistemológico se replantea las bases bajo las que se sustenta la razón de ser de la ciencia, por un lado, y explora las condiciones históricas bajo las que el conocimiento científico se presenta como tal y se valida por encima de cualquier otro, por otro lado. El presente estudio trata de indagar el asentamiento científico de una forma de experiencia como la cartografía y la emergencia de los sistemas de conocimiento que lo hicieron posible.
Cultura material y cultura visual, mapa y representación en tanto que entidades sujetas a transformaciones culturales llevan a cabo un papel de interpolación entre la ciencia y su contexto cultural y también entre el conocimiento práctico y las instrucciones teóricas. Esta fue la función principal del mapa levantado por Waldseemüller en 1507. Y este fue el legado que el renacer de Ptolomeo con su imagen del mundo aportaron a la cartografía del siglo XVI.
Antiguos modelos cartográficos para nuevas realidades
geográficas: el Mapamundi de Martin Waldseemüller de 1507
¡Hasta que, por fin, vino alguien a descubrirme, a nombrarme y, sobre todo, a representarme! En 1492 el almirante Cristóbal Colón se disponía a zarpar por primera vez rumbo a un Nuevo Mundo y en 1500 Juan de la Cosa, el primer maestro de hacer cartas náuticas de la Casa de la Contratación de Sevilla, creada en 1503 por los Reyes Católicos, presentó ante los monarcas españoles un mapamundi en pergamino donde se representan también por primera vez las costas del continente americano, los territorios recién descubiertos por los europeos. Pero no sería hasta 1507 cuando el cartógrafo alemán Martinus Ilacomylus (1470-1520)[8], también conocido como Martin Waldseemüller, dio a conocer al mundo el primer mapa impreso donde aparece la palabra ‘América’ sobre la parte sur del hemisferio occidental o, en otras palabras, la mitad sur de la línea equinoccial[9] (Figura 1).
Figura 1. Mapamundi de Martin Waldseemüller (1507). |
Detrás del neologismo ‘América’ se escondía un grupo de laboriosos geógrafos humanistas autodenominado ‘Gymnasium Vosagense’, así llamado por trabajar para la corte del Duque René II de Lorena en una pequeña ciudad montañosa llamada St.-Dié-des-Vosges. La Escuela de St.-Dié, en el corazón de Europa y con la reciente incorporación de una imprenta en 1506 bajo el patrocinio del ducado, hizo pública el bautismo del Mundus Novus mediante la aparición de tres piezas geográficas imprescindibles para la representación cartográfica del mundo moderno: un texto, un globo y un mapa. El primero de ellos, titulado Cosmographiae introductio, era un tratado sobre cosmografía que servía de comentario a un globo terrestre y a un mapa del mundo en plano, un manual práctico que continuaba con la larga tradición de geografía matemática iniciada por el geógrafo griego Claudio Ptolomeo, y que incluía un apéndice con los cuatro viajes realizados por Americo Vespucio en la llamada Era de las Exploraciones[10]. La segunda de las piezas, Universalis Cosmographiae descriptio in solido, consistió en un globo terrestre. Como su título indica, se trata de una representación cosmográfica adaptada a una forma esférica. La tercera de las piezas de este tríptico geográfico fue el célebre Universalis Cosmographia secundum Ptholomaei traditionem et Americi Vespucii aliorumque lustraciones[11]. El planisferio de Waldseemüller, publicado en 1507 junto al texto y al globo, es un mapa mural pensado para ser expuesto como un tapiz o un fresco. Consta de doce planchas o ‘cuarterones’, pequeños pedazos de mapa divididos en cuatro partes iguales. Todos ellos forman una representación cosmográfica universal según la tradición ptolemaica y de acuerdo a los viajes realizados por Vespucio y otros navegantes. Teoría y práctica, geografía matemática y navegación se unen en una proyección ptolemaica cordiforme modificada, con meridianos curvados.
Al analizar la representación cartográfica del Nuevo Mundo en la época moderna conviene resaltar la importancia que el mapa de Waldseemüller tuvo para el imaginario europeo. Más allá de la aparición feminizada del nombre de Americo Vespucio sobre un mapa europeo, dicha imagen del mundo constituye un punto de partida y no de llegada. Como uno de los primeros mapas impresos, fue un claro exponente de la fuerza que la imprenta aportó a la cartografía. Desde que a partir de la segunda mitad del siglo XV Regiomontanus, Johann Müller de Königsberg (1436-1476), inaugurara la era de los astrónomos-impresores, la multiplicación de ediciones permitió la mejora tecnológica de las planchas y favoreció el cuidado con el que se presentaban las nuevas ediciones[12]. Uno de los efectos más evidentes de la imprenta sobre la cartografía fue la posibilidad de reproducir mapas en serie[13]. En principio, la imprenta, como un arma de doble filo, mejoró las condiciones de accesibilidad al conocimiento de un territorio hasta entonces desconocido, la Terra Incognita, pero también extendió la geografía antigua[14]. En el mapa de 1507 se muestran por primera vez sobre una imagen impresa tanto los nuevos descubrimientos de españoles y portugueses como la complementación del concepto ptolemaico del mundo con los detalles de la cartografía náutica y los viajes orientales de Marco Polo, entre otros[15].
El mapa de Waldseemüller resulta pertinente no sólo por motivos relativos al nombramiento de un nuevo continente. Conviene destacar aspectos del mismo al amparo de antiguas categorías geométricas y la adquisición de nuevo conocimiento empírico. Las bases técnicas de la proyección descansan sin duda en los contenidos matemáticos de la edición de la Geographia de Ptolomeo publicada en Ulm en 1486, aunque los paralelismos visuales también sugieren la comparación con el mapa de Henricus Martellus (ca. 1489-90) y el planisferio llamado de Caverio (ca. 1505). La información geográfica, dependiente más de navegantes y exploradores que de geómetras y matemáticos, procedía de los viajes de conocidos hombres de mar como Marco Polo, Cristóbal Colón o Américo Vespucio, citados en los márgenes del mapa. Las constantes noticias geográficas sobre Terra Nova que llegaban a Europa fueron representadas a comienzos del siglo XVI bajo el dominio humanista del redescubrimiento de la cosmografía ptolemaica. Los datos empíricos quedaban así subordinados al modelo matemático heredado de representación. Waldseemüller expuso con el máximo detalle y una cuidada nomenclatura un cuadro a la vez textual y visual donde la acumulación de conocimiento empírico se entrelaza con las configuraciones geográficas de tierras y mares. La representación, la narrativa del viaje y el texto cosmográfico permitieron acceder al Novus Orbis. América se hizo presente mediante el texto y la imagen, pero siempre bajo descripciones arraigadas en las prácticas cosmográficas contemporáneas[16]. El medio visual ilustra la compatibilidad del marco clásico con las poéticas del descubrimiento.
Para hacer evidente la concurrencia entre lo nuevo y lo antiguo, geografía descriptiva y geografía matemática, viajes y cartografía, teoría y práctica, Ptolomeo y Vespucio, Waldseemüller dibuja a ambos custodiando la cosmografía universal. La imagen del mundo entero pertenece a uno tanto como al otro. Los dos bustos adquieren en este fresco tanto significado como la propia representación. Si observamos la parte superior izquierda del mapamundi vemos, por un lado, a Ptolomeo con un transportador de ángulos en sus manos. El instrumento parece hacer alusión al cálculo, a la vertiente geométrica y matemática de la geografía. El autor del mapa ha querido agradecer al geógrafo griego, en el título y en los rasgos decorativos, su contribución en la confección infinita de un mundo visible. Junto a Ptolomeo se encuentra un pequeño mapa que representa tan sólo el mundo conocido u oikoumene que no es si no el Viejo Mundo tal y como fue concebido en el siglo II de Nuestra Era. Asia, África y Europa reflejan la herencia clásica y recuerdan que pese a la inadecuación e inexactitud de sus contornos, su representación en plano seguía siendo la única forma con autoridad para situar y adaptar las noticias que llegaban del otro lado del Mar Océano. En resumen, antiguos modelos cartográficos para conformar nuevas realidades geográficas (Figura 2).
Figura 2. Detalle de Ptolomeo procedente del mapa del mundo de Martin Waldseemüller de 1507. |
Por otro lado, Vespucio porta entre sus manos un compás, un instrumento utilizado en alta mar para echar el punto sobre la carta. Todo piloto debía llevar uno de estos compases para poder hallar sobre una carta de marear la posición de su nave en la inmensidad del océano. El compás constituye, sin duda, un instrumento práctico capaz de resolver, con la habilidad del navegante, un problema técnico concreto. Junto a Vespucio, en la parte superior derecha, otro mapa hace gala de la aportación de los viajeros renacentistas que, como Américo, proporcionaron las últimas adiciones a una visión del mundo ptolemaica. Este mapa parcial anticipa el hallazgo del Océano Pacífico, a cuyos extremos puede apreciarse tanto Asia como América. De esta manera, Vespucio queda pictóricamente asociado al descubrimiento tanto del Lejano Oriente como del Lejano Occidente[17] (Figura 3).
Figura 3. Detalle de Vespucio procedente del mapa de Waldseemüller de 1507. |
Los geógrafos humanistas centroeuropeos dedicaron sus esfuerzos a incorporar el conocimiento disponible sobre las nuevas posesiones de castellanos y portugueses en las teorías y prácticas establecidas de la ciencia cosmográfica. Como en el caso de Waldseemüller, intentaron crear una imagen autoritaria y certera del mundo, ya fuera mediante dispositivos textuales o a través de medios visuales. El mapa de 1507, al igual que el planisferio Contarini-Rosselli de 1506 dibujado por el cartógrafo italiano Giovanni Matteo Contarini y grabado por Francesco Rosselli o el mapa del cartógrafo holandés Johann Ruysch de 1507-08, constituye tan sólo un ejemplo, tal vez el más significativo[18]. Los cosmógrafos alemanes, si bien no dispusieron de los mejores testimonios empíricos, pese a las estrechas relaciones con círculos humanistas de Francia e Italia, sí definieron, como nadie había hecho antes, el legado clásico[19]. Sus objetivos ya han quedado subrayados. Por un lado, intentaban que las antiguas conjeturas e imprecisiones dejaran paso a las nuevas circunstancias. Y por otro lado, pretendían subrayar la incapacidad de explicar tales acontecimientos sin acudir al viejo sistema cosmográfico[20]. Nuevos mapas serían levantados a lo largo del siglo XVI con la anexión de los descubrimientos geográficos al esquema cartográfico de Ptolomeo. Estas representaciones ponen de manifiesto la producción de conocimiento no sólo a través de la experiencia del viaje y de su narración, o de los procesos mentales requeridos para el ‘descubrimiento’ de ‘América’, sino también mediante una imagen[21]. Imágenes que formaron parte de la revolución renacentista en la concepción geográfica europea a la luz de la expansión.
El humanismo científico español entre la recepción de
Ptolomeo y las noticias de los descubrimientos: Salamanca y Valencia
Dada la coincidencia temporal de la recuperación humanista de la Geographia de Ptolomeo y el descubrimiento del Nuevo Mundo, la disciplina cosmográfica sufriría, a partir de los últimos años del siglo XV, una fuerte revolución que transformó la ciencia moderna mediante la unión del academicismo universitario y la experiencia de los navegantes. En España, el eslabón que unió ambos polos fue el espíritu humanista que se desarrolló en universidades como la de Salamanca o Valencia. Los cosmógrafos humanistas españoles que trabajaban en las universidades castellanas intentaron conciliar las representaciones cartográficas ptolemaicas con las obras descriptivas de cosmografía[22]. Estos cosmógrafos fueron los únicos individuos de la península que no sólo popularizaron las premisas de Ptolomeo acerca de la representación del mundo, sino que además realizaron ediciones críticas de la Geographia y mejoraron las enseñanzas del geógrafo griego a la luz de las sorprendentes noticias que llegaban de Sevilla. Este contexto de recepción de las ideas ptolemaicas y el encuentro colombino de una nueva masa terrestre sólo pudo darse en España. Nebrija y compañía tuvieron en primicia dos realidades que convenía hilvanar, una física y otra cultural. Los esfuerzos de estos humanistas por conformar un modelo cosmográfico único basado tanto en la geografía matemática como en la geografía más discursiva estaban dirigidos a subsanar algunos de los problemas que se les planteaban a los navegantes tras las noticias de los nuevos descubrimientos geográficos.
En este apartado intento examinar las ideas cosmográficas que algunos de los humanistas más sobresalientes enseñaron en las universidades españolas. Estas ideas constituyen los cimientos sobre los que se desarrollaría la práctica cartográfica en España durante el siglo XVI y de la que brotarían los distintos modelos de representación cartográfica creados a lo largo y ancho de Castilla. La cosmografía española vinculada a los centros de enseñanza controlados por la Corona alimentó la nueva navegación de altura y supo adaptar la información geográfica de los descubrimientos al antiguo canon ptolemaico. Para responder a las exigencias de los acontecimientos y satisfacer así las pretensiones del imperio, los cosmógrafos españoles bebieron de aquel movimiento intelectual que permitió el ‘renacer de Ptolomeo’. El humanismo científico fue el germen de la revolución geográfica moderna que precedió a la revolución copernicana.
La recepción que los españoles hicieron de las ideas ptolemaicas con posterioridad a la exploración del hemisferio occidental fue casi exclusivamente una acogida utilitarista fundamentada en la reorganización de un nuevo orbe[23]. La Monarquía hispánica expresó a las instituciones del reino su interés por obtener una imagen comprensible del Nuevo Mundo a través de la combinación de teoría y práctica. El corpus ptolemaico vertebró buena parte de la cultura geográfica española durante el mundo moderno y fue impartido tanto en la Casa de la Contratación de Sevilla como en la Universidad de Salamanca. Las referencias a Ptolomeo en las obras de cosmografía de autores españoles son tan frecuentes como también lo fueron en las obras de italianos y portugueses. Aunque en España la obra de Ptolomeo no fue editada ni una sola vez, las alusiones al geógrafo griego durante este tiempo en los manuales de geografía como la Suma de Geographia de Martín Fernández de Enciso era una cita obligada. El cosmógrafo español Alonso de Santa Cruz dividió los capítulos de la segunda parte de su Libro de las longitudes en detrimento de los capítulos del primer libro de la Geographia, dedicando un escolio a cada uno de ellos. El mismo Cristóbal Colón debió utilizar un ejemplar de la edición de la Geographia de Ptolomeo que se hizo en Roma en 1478, la cual contiene una firma del almirante y un salmo[24]. Las enseñanzas de Ptolomeo fueron también rescatadas por los españoles, tras el Tratado de Tordesillas de 1494, para defender sus posturas frente a los cosmógrafos portugueses en la célebre disputa por la pertenencia de las Islas Molucas[25]. En Salamanca, el humanista Elio Antonio de Nebrija, pese a su reducido contacto con los círculos marítimos, escribió a finales del siglo XV una introducción a la cosmografía basada en gran parte en las premisas ptolemaicas, con el objetivo de adaptarla a las necesidades de la navegación[26]. El astrónomo valenciano Jerónimo Muñoz describió con propiedad las proyecciones cartográficas de Ptolomeo e, incluso, el teólogo Jaime Pérez de Valencia debió estar familiarizado con la obra del cartógrafo alejandrino cuando utilizó las geografías de la antigüedad clásica para realizar sus exégesis de los salmos[27]. En definitiva, la Geographia de Ptolomeo corrió por España con la misma fluidez con la que lo hizo por el resto de Europa, especialmente en los círculos humanistas. Las bibliotecas humanistas de Salamanca, Valencia o El Escorial, entre otras, albergan algún ejemplar de la Geographia. El fisiólogo oscense Miguel Servet llevó a cabo dos ediciones en latín, una publicada en 1535 (Lyon) y otra en 1541 (Viena).
Los Studia humanitatis y la cosmografía
salmantina: Francisco Núñez de la Yerba, Elio Antonio de Nebrija, Pedro
Margallo, Fernán Pérez de Oliva y Jerónimo Múñoz
En 1940 François Dainville anunciaba que la geografía de los humanistas estaba tan interesada en la enseñanza de los antiguos como en la de los modernos. En este complejo entramado entre la erudición del legado libresco y la experiencia encarnada en las exigencias de la navegación, entre las contradicciones de la tradición literaria y la tradición científica, la geografía humanista dio el primer paso hacia una síntesis a la vez racional y experimental. Entretanto, el triunfo de la experiencia se impuso a la autoridad de la herencia clásica[28].
El ‘humanismo’ ligado a la figura del humanista apareció en Europa hacia mediados del siglo XV como un movimiento intelectual alternativo a la formación y educación (paideia) de la ratio escolastica, como una corriente cultural dirigida al cultivo de las disciplinas humanas[29]. Esta nueva enseñanza de materias como la gramática, la retórica, la historia, la filosofía moral y la poesía se denominó studia humanitatis, un nuevo programa formativo y educativo que privilegiaba el carácter humano de la persona por encima de cualquier otro. Los studia humanitatis abren una nueva línea de investigación fundada en la recuperación y lectura de los textos clásicos grecolatinos y los mitos helénicos en oposición al estudio de las compilaciones árabes y latinas y los escritos de los comentaristas medievales. El humanismo salvaguardó la experiencia real del sujeto en su aproximación hacia las cosas mismas frente al empirismo estéril de los peripatéticos tardomedievales. Según la tendencia habitual de los historiadores de la ciencia, la actividad científica precopernicana en el contexto en el que emergió el humanismo estaba localizada en Inglaterra y Francia. En el primer caso la actividad se reducía a los trabajos de los lógicos de la Universidad de Oxford y en el segundo caso a los filósofos de la naturaleza de la Universidad de Paris[30]. Más allá de las desventajas que surgen de la defensa de una perspectiva tan reduccionista, ¿cabría acaso desdeñar el impacto que causó la revolución cosmográfica de los modernos como consecuencia del ‘renacimiento de Ptolomeo’ y el descubrimiento de un Nuevo Mundo? ¿Qué papel ocupó el llamado humanismo en esta doble tarea de recuperación y adaptación?
En tanto que conocedor de las letras humanas, el humanista debía dominar con solvencia el arte de la gramática y de la dialéctica. El lenguaje de las obras de la antigüedad clásica era fuente inagotable de conocimiento que debía ser imitado sin descanso, ya fuera a través del estudio histórico y empírico de los textos o del análisis especulativo y contemplativo. El cultivo del lenguaje permitía al humanista desarrollar sus comentarios, traducciones, correcciones y lecciones. Pero la tarea intelectual del humanismo no se agotaba en la autoridad de la gramática y del método dialéctico. El humanista se aferra a la búsqueda del conocimiento sin someter sus ansias de saber a ninguna autoridad, salvo a las reglas de la lógica y la dialéctica aristotélica. Ambas disciplinas, la lógica y la dialéctica, ancladas en el lenguaje y en las leyes tanto de la naturaleza como de la sociedad rigen la investigación científica de todo humanista[31].
Cirilo Flórez, Pablo García y Roberto Albares acuñaron hace unos años la expresión ‘humanismo científico’ para referirse a un movimiento renacentista impulsado por un grupo de autores salmantinos que supieron conjugar, entre la segunda mitad del siglo XV y las primeras décadas del siglo XVI, los conocimientos retóricos y humanistas con los saberes científicos y matemáticos[32]. El humanismo científico poseía sus propios rasgos distintivos. En primer lugar, este nuevo movimiento intelectual integraba en sus publicaciones tanto aspectos propios de las humanidades como de la ciencia -de acuerdo a una visión contemporánea de la separación de las dos grandes ramas del saber. Dado el cultivo humanista del lenguaje, emerge una visible preocupación por establecer un lenguaje científico con la fijación de sus propios textos, donde priman los saberes astronómicos dentro del amplio espectro del lenguaje matemático. En segundo lugar, aparece en estos autores una cierta conciencia de modernidad ya que son sabedores de su pertenencia a un nuevo resurgir de la cultura humana con retos y oportunidades diferentes. En tercer lugar, se defiende una concepción progresiva del conocimiento científico basada en la recuperación de obras clásicas y su adaptación a las exigencias contemporáneas. Y en cuarto lugar, prevalecen los géneros literarios y retóricos del Renacimiento, dirigidos ahora hacia la didáctica y difusión del saber[33]. De la misma forma que el humanismo literario, el humanismo científico sostuvo una pedagogía constructiva de conocimiento en todas sus vertientes disciplinares y aspiraba con ello a la formación de un ser humano libre en la compleja república del saber[34]. El hombre en el que piensa el humanismo científico es un comentador griego donde se integran la libertad hermenéutica, el rigor filológico, la simpatía hacia la filosofía moral del estoicismo romano y el comentario de textos clásicos[35]. Las características del humanismo científico, al igual que el mapa de Waldseemüller, describen un Nuevo Mundo, un panorama en el que convergen las enseñanzas de los antiguos y las acciones del presente, un ámbito en el que la ciencia y la experiencia se complementan, un nuevo horizonte, en definitiva, donde las letras y las técnicas reman en una misma dirección[36].
Si en la época del humanismo científico Sevilla ocupó la posición de capital económica de la Monarquía española y Valladolid la de capital política, Salamanca ostentaría el privilegio de representar la capital cultural del reino, cuya Universidad sería el centro más destacado. En la Universidad de Salamanca convivieron, no sin polémica y desde el reinado de los Reyes Católicos hasta bien entrado el siglo XVI, las ideas reformadoras del humanismo con las tesis escolásticas y la ortodoxia religiosa. La Universidad de Salamanca constituye un conglomerado aparentemente contradictorio de tradiciones culturales. Las enseñanzas de los programas educativos de la universidad recogen ideas científicas del medievo procedentes del mundo árabe, judío y cristiano que llegaron a Salamanca mediante la herencia cultural de Alfonso X el Sabio. Durante el siglo XV es significativa la influencia ejercida por los calculadores oxonienses, la astrología medieval, la astronomía vienesa de Peuerbach y Regiomontanus y la física aristotélica[37]. En el siglo XVI es el nominalismo la corriente que mayor repercusión tendría sobre la ciencia salmantina, cuyos principales portadores fueron Juan Martínez Silíceo, Fernán Pérez de Oliva y Pedro Margallo, todos ellos formados en la Universidad de Paris. Este reducido grupo de intelectuales representaba la primera generación de nominalistas salmantinos. La concepción nominalista de la ciencia reside en el carácter hipotético y conjetural que se le atribuye de acuerdo al modelo crítico del estoicismo helénico, una concepción en estricta oposición a la creación de grandes sistemas científicos. Frente al dogmatismo aristotélico, defensor del carácter universal de la ciencia, el nominalismo opta por un análisis lógico y lingüístico del discurso científico[38].
El humanismo científico salmantino no fue ajeno a la tradición. Tres generaciones de intelectuales coincidieron en Salamanca desde los años setenta del siglo XV hasta los años veinte del siglo XVI bajo el amparo de los estudios científicos. Por un lado, destaca el trabajo teórico y práctico de los astrónomos salmantinos y el papel que autores como el judío Abraham Zacuto atribuyen a la astrología. Entre estos autores se encuentran Juan de Salaya, Rodrigo de Vasurto y Diego de Torres. La obra más representativa de esta generación fue el Almanach Perpetuum del propio Zacuto, máximo exponente de este grupo. Por otro lado, humanistas como Elio Antonio de Nebrija, Francisco Núñez de la Yerba y Hernán Núñez Pinciano recuperaron, adaptaron, corrigieron y difundieron la geografía matemática de Ptolomeo y la geografía humana de Pomponio Mela y Plinio. Y finalmente, los físicos como Juan Martínez Silíceo, Pedro Margallo y Fernán Pérez de Oliva sintetizaron la matemática euclidiana, la filosofía natural aristotélica y las noticias de los descubrimientos geográficos[39]. El desarrollo de las ciencias en la Universidad de Salamanca miró tanto al pasado como al futuro, ya que adoptó las ideas heredadas de la antigüedad clásica y las proyectó hacia el porvenir, contrastándolas continuamente con las nuevas experiencias del presente[40].
Junto con la astronomía y la física, la cosmografía jugó un papel destacado entre los abanderados del humanismo científico de la Universidad de Salamanca. El impulso que la cosmografía retomó en el Renacimiento como consecuencia de la recuperación de la Geographia de Ptolomeo junto con la expansión marítima, el control del imperio y la construcción del Estado despertó el interés de la Monarquía por el saber cosmográfico. Dada la estrecha relación que la Corona mantuvo con la universidad, los eruditos salmantinos pronto se hicieron eco de las necesidades cosmográficas de Castilla tras el descubrimiento de América. El hecho de que la Universidad de Salamanca estuviese detrás de la resolución del conflicto que el Tratado de Tordesillas (1494) provocó entre España y Portugal o de la creación de la cátedra de Cosmografía en 1552 en la Casa de la Contratación de Sevilla no fue una casualidad[41]. El Colegio Mayor de San Bartolomé y la Universidad de Salamanca, aun estando alejados de las zonas marítimas, fueron centros de referencia para la investigación teórica de la cosmografía a través del estudio de los textos que los propios profesores salmantinos escribieron para sus alumnos. A partir de 1498 autores como Núñez de la Yerba y Nebrija asumen la experiencia de los navegantes españoles y editan obras sobre cosmografía con una doble característica: la difusión en España de las ideas geográficas de Ptolomeo y la incorporación de las mismas a la nueva realidad cartográfica. Los profesores de Salamanca impartieron clases y redactaron textos donde los nombres de América, ya fuera una isla o un continente, y Ptolomeo constituían el principio y fin de sus enseñanzas[42].
‘Los
secuaces de Ptolomeo’
Con anterioridad a la llamada ‘revolución copernicana’ y por motivos bien diferentes surgió en el Renacimiento europeo otra revolución que cambió el curso de los acontecimientos. Dada la confrontación de las ideas científicas del mundo clásico con la experiencia de la navegación de altura tuvo lugar una revolución geográfica que desembocó en una nueva imagen del orbe terrestre. En España, la Universidad de Salamanca desempeñó un papel destacado en esta transformación de la pintura del mundo[43]. El profesor portugués Pedro Margallo sintetizaría en su Phisices Compendium el núcleo del nuevo paradigma, aunque no sin dificultades. En la mayoría de las ocasiones los preceptos cosmográficos impartidos en las universidades españolas alejadas de las zonas marítimas devenían abstractos. Cuando los profesores encargados de enseñar cosmografía eran humanistas sin apenas experiencia como navegantes, la forma de imaginarse el mundo podía tener sus divergencias con respecto a la de un hombre de mar, aunque casi siempre ambos modelos se complementaron[44].
La Universidad de Salamanca fue un centro receptor de información cosmográfica tanto práctica como teórica donde comenzó a gestarse una fructífera relación entre la recepción crítica de la teoría matemática de Ptolomeo y las noticias y experiencia de las navegaciones. Dicha conexión permitió fomentar, junto con la tradición cartográfica de mallorquines y portugueses, una nueva representación del mundo. Las matemáticas y la experiencia hicieron desaparecer de la escena aquellos lugares desconocidos habitados por seres extraños y monstruos marinos al tiempo que desmintieron la idea medieval de la inhabitabilidad de las zonas tórridas[45]. Ahora, desde las aulas salmantinas y la fachada de la Universidad sólo quedaba lugar para los nuevos territorios, para el encuentro humanista entre América y Europa[46].
En 1498 Francisco Núñez de la Yerba publicó en Salamanca su Cosmographia pomponii cum figuris, una edición crítica de la Cosmographia sive De situ orbis de Pomponio Mela. La obra de Núñez de la Yerba se caracteriza por ser el primer texto de cosmografía que apareció en Salamanca tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, porque perteneció al renacimiento humanista de Ptolomeo y porque en el prólogo Núñez de la Yerba sintetizaba la teoría de las medidas terrestres de Plinio y Ptolomeo. Pero, sin duda, el rasgo más destacado de esta obra queda reflejado en su alusión al descubrimiento de América[47], el cual no incluye en su explicación sobre la descripción sumaria del mapa de nuestro orbe:
El espacio de nuestro [orbe] habitable está dividido en tres máximas partes, al modo que para los más antiguos que han escudriñado uno a uno estas cosas o que han dejado comentarios de todas ellas y como nosotros mismos las hemos conocido, en parte de vista, en parte por tradición de aquéllos[48].
Como buen humanista Núñez de la Yerba siguió de cerca a los clásicos, pues aún mantenía la teoría de los tres continentes, África, Asia y Europa. Aproximadamente en el mismo año en el que la obra de Núñez de la Yerba vio la luz, Pedro Ciruelo recordaba a sus contemporáneos en su Comentario a la Esfera de Sacrobosco que el respeto a los maestros de la antigüedad era necesario, pero no incondicional:
Grande es, desde luego, la insensatez de ciertos hombres que piensan que es indigno y cruel que alguien corrija o cambie lo que los antiguos dijeron, (aunque ello se haga para mayor aclaración de la verdad). Como si con ello se denigrasen o borrasen sus nombres eternamente. Y, por supuesto, precisamente esta opinión ha engañado a muchos. A nadie, por cierto, verías que con ánimo sereno y no un tanto airado oyese que a las obras de los antiguos autores se les critica o se les contradice de cualquier modo[49].
En torno a los primeros años del siglo XVI Elio Antonio de Nebrija (1441-1522) publicó su Introductorium Cosmographicum, una obra mejor organizada que la de Núñez de la Yerba y que, además, puede ser considerada como el principio motor de la revolución cosmográfica del humanismo científico salmantino[50]. Una vez más, el ingrediente esencial fue la condensación en un sólo ejemplar de antiguos modelos de pensamiento geográfico para nuevas realidades procedentes de los viajes transoceánicos. Al comienzo de la obra Nebrija advierte al lector de la necesidad de esta doble base metodológica para adquirir un adecuado conocimiento cosmográfico:
Si la entrada inicial y elementos de Cosmografía
saber deseas, serán estas nonadas asaz.
Si mayores conocer quieres, lee bien los libros
que Estrabón escribió y Plinio y Mela también,
que Ptolomeo, raíz de este arte, que Festo Avieno
ha compuesto en canción, que el Bizantino nos dio,
que el pío Eneas y que Antonio, aquellos te digo
en los que Solino cosas de asombro contó,
y a historiadores todos, pues representar la tierra
es para ellos labor la más grande y principal.
Mientras, contento vete y aqueste nuestro trabajo
Sin despreciarlo, lector amigo, léelo[51].
El proyecto cosmográfico de Nebrija, consciente de las necesidades teóricas de los descubrimientos de ultramar, intentó dar cuenta de ambos presupuestos, la revisión de la geografía ptolemaica y la utilidad de la misma para la mejora de los futuros viajes a Indias[52]. Con su propósito, Nebrija introdujo la obra de Ptolomeo en España a través de la Universidad de Salamanca y también promovió una nueva geografía heredera igualmente de Estrabón, Plinio y Mela que daría lugar a textos como la Cosmographiae Introductio (1507) de Mathias Ringman y Martin Waldseemüller[53]. Ahora bien, ¿por qué motivo la Geographia de Ptolomeo despertó el interés de Nebrija? Durante su paso por Italia en los años setenta del siglo XV Nebrija debió conocer la obra del geógrafo alejandrino poniéndola al servicio de sus compañeros y alumnos de Salamanca a partir de 1498. Dada la necesidad de responder a los interrogantes que la nueva imagen del mundo planteaba, Nebrija consideró que las reglas matemáticas de Ptolomeo, aplicadas a la cosmografía, aportarían alguna solución a la ordenación precisa de los nuevos hallazgos geográficos. Las enseñanzas de Ptolomeo servirían ahora para determinar la situación de un lugar, aún por conocer, sobre la esfera terrestre. En este sentido, Nebrija contribuyó a la recuperación humanista de la geografía clásica, adaptó sus premisas geométricas a las necesidades de la navegación y proyectó su conocimiento hacia territorios todavía no descubiertos. El rasgo más sobresaliente de la introducción nebrisense a la cosmografía ptolemaica es, sin duda, la incorporación de las novedades aportadas por los navegantes portugueses y españoles y la subsecuente corrección de Ptolomeo, especialmente en lo relativo a la representación del hemisferio occidental:
Del restante hemisferio, opuesto rectilíneamente a éste nuestro, en el que moran los antípodas, nada cierto nos ha sido transmitido por nuestros antepasados. Pero, tal como es la audacia de los hombres de nuestro tiempo, en breve será que nos traigan la verdadera descripción de aquella tierra, bien de las islas, bien también del continente, gran parte de cuya orilla marítima nos han transmitido los navegantes aquella mayormente que está puesta de frente a las islas poco ha halladas (digo la española Isabela y las otras restantes adyacentes)[54].
A diferencia de Núñez de la Yerba, Nebrija corrige la imprecisa división de la oikoumene en tres continentes e incorpora el continente americano a la nueva cosmografía, aunque aún pasarían unos años para que se reconociera la existencia de cuatro masas terrestres. Para Nebrija el centro del orbe deja de ser el Mar Mediterráneo o mare nostrum, y las Islas Afortunadas ya no serán un punto de llegada, sino un punto de partida[55]. Las islas Canarias pasarán de ser el extremo occidental del mundo conocido a convertirse, desde el primer viaje de Colón, en la salida obligada en la ruta atlántica, en el límite más oriental del Nuevo Mundo. En palabras del mismo Nebrija:
Seguimos a Ptolomeo al dibujar el meridiano que pasa por los ‘vértices’ del cielo y por los ápsides superiores e inferiores de las islas Canarias, que los griegos llaman ‘afortunadas’ y Plinio por el tamaño de sus perros, Canarias. Puesto que ya hemos fijado un punto inmóvil, podemos medir su longitud y establecer la distancia desde donde nosotros habitamos. El hecho de que Ptolomeo fijara el final del Occidente en este punto no ha de extrañar, porque en su época no se había explorado más allá de las Islas Afortunadas[56].
Seis años después del descubrimiento de América, Núñez de la Yerba y Nebrija aluden en sus textos al nuevo continente y ponen de manifiesto la necesaria conexión entre los planteamientos teóricos de la cosmografía ptolemaica, ahora modificada, y los accidentes inciertos que generaban las largas travesías transatlánticas. Pero aquí no acababa la revolución cosmográfica salmantina. Entre el periodo que va de 1498 a 1530 muchas fueron las aportaciones al nuevo paradigma cosmográfico. En un pequeño texto incluido en su Physices compendium de 1520 el portugués Pedro Margallo, profesor en Salamanca y formado en Paris en un ambiente ecléctico entre el terminismo -o nominalismo ockamista- y los calculatores, anunció por primera vez -a excepción de los comentarios realizados por Martín Fernández de Enciso en su Suma de Geografía (1519)- la división de la tierra en cuatro partes[57]. La cuarta parte era indudablemente América, un continente según Margallo y pintado hacia occidente en el mapa[58]:
Es muy celebrada entre los antiguos la división de la tierra en tres porciones, de las cuales con relación a su magnitud la primera es Asia, la segunda África y la tercera Europa. Lo que demuestra fácilmente el mapa, ya las divididas por ríos, ya por mares. Ahora bien, hay que sumar América, desconocida a los antiguos, descubierta por Vespucio, la cual se pinta hacia occidente en el mapa[59].
Cuando Margallo afirma en su tratado de filosofía natural aristotélica que América está representada en la parte occidental del mapa, sigue y responde al sevillano Maese Rodrigo Fernández de Santaella (1444-1509) en su traducción castellana al Libro de las Maravillas o Il Milione de Marco Polo. Santaella era contrario a bautizar al nuevo continente descubierto por Colón con el nombre de Indias y es por ello que Margallo se refiere a América como la masa terrestre que debía aparecer en la porción occidental del mapa. Margallo se hace cargo también de la discusión abierta por Santaella sobre la modificación de la pintura antigua del mundo en virtud de los constantes descubrimientos que los ibéricos venían realizando desde hacía ya unas décadas[60]. En un reconocimiento a sus orígenes Margallo resalta la labor de los navegantes portugueses:
Hay que investigar con razón, opinará alguno, si el arte de la cosmografía es fácil de descubrir, porque Ptolomeo enmendó agudamente el arte de Marino, en cambio la pericia suma de navegar de los Lusitanos corrigió la trabajosa descripción del mundo de Ptolomeo[61].
El nuevo paradigma cosmográfico propiciado por el renacer de Ptolomeo y el descubrimiento de un nuevo continente fue corroborado en España, a nivel teórico primero, por Margallo y la tradición cosmográfica que representaba y, dos años después a nivel práctico, por la circunnavegación de Magallanes-Elcano. Margallo, con Ptolomeo en la sombra, Waldseemüller en la imagen y los navegantes en el horizonte, supo combinar con maestría la geometrización espacial de Ptolomeo con la teoría cratesiana de los dos hemisferios. La expedición iniciada por Magallanes en 1519 y concluida por Elcano en 1522, en la que se dio por primera vez la vuelta al mundo, reafirmó ante los más escépticos la rica complementación entre un modelo cartográfico clásico -basado en la exactitud matemática y la armonía y coherencia geométrica- y los incesantes datos que llegaban de ultramar -fundados en la demostración experimental de los navegantes.
Los profesores salmantinos como Núñez de la Yerba, Nebrija y Margallo no fueron hombres de mar como Colón, ni pintores de mapas como Waldseemüller. El humanismo científico surgió de las facultades de artes, donde sus representantes discutían sobre la confección de la imagen del mundo. En tanto que secuaces de Ptolomeo y coetáneos de Vespucio, los eruditos universitarios combinaron en sus escritos la vertiente racionalista clásica con el nuevo empirismo colonial, configurando así el fresco moderno de la esfera terrestre. La cosmografía universitaria de Salamanca fue también artífice de la transformación moderna de la idea de espacio, un espacio mensurable y graduado en términos matemáticos[62]. La exactitud matemática junto con el rigor lingüístico hizo del humanismo científico salmantino uno de los grupos representativos del llamado ‘renacimiento de Ptolomeo’ y uno de los centros neurálgicos de la nueva cosmografía.
Experiencia
y matemáticas en la Cosmografía nueva de Fernán Pérez de Oliva
Fernán Pérez de Oliva (ca. 1494-1533) fue, junto a Pedro Margallo, el gran sintetizador de la tradición ptolemaica que había sido corregida y perfeccionada por sus antecesores en Salamanca desde finales del siglo XV. Pérez de Oliva consagró la preocupación humanista por crear una imagen del mundo con dos hemisferios y cuatro continentes, una nueva representación del orbe donde desemboca la ordenación geométrico-matemática de Ptolomeo con la experiencia de los marineros. La Cosmografía nueva de Pérez de Oliva, resultado de un curso impartido entre 1526 y 1527, constituye una vez más el enésimo ejemplo de una vieja representación cartográfica adaptada a una nueva situación geográfica.
Pérez de Oliva, autor también de un tratado titulado De magnete editado por su sobrino Ambrosio de Morales en 1586, murió poco tiempo después de ser elegido por Carlos V preceptor de su hijo Felipe y pocos años más tarde de ser nombrado rector de la Universidad de Salamanca, donde ocupaba la cátedra de filosofía y teología[63]. La Cosmografía nueva y el De Magnete se complementan en el marco global de la filosofía natural de Pérez de Oliva. Por un lado, la cosmografía se preocupa por argumentar, según las últimas investigaciones, a favor de la forma esférica de la tierra, sobre la determinación de la latitud y la longitud de los lugares geográficos, sobre la situación de las zonas habitadas del orbe y la plasmación de todos estos datos en un planisferio. Por otro lado, Pérez de Oliva era consciente de la importancia que el magnetismo terrestre o su teoría del imán y la perspectiva lineal (la naturaleza de la luz, el color, la refracción y la visión humana) tenían para la resolución práctica de los problemas de verosimilitud de la representación cartográfica[64].
La aceptación del paradigma de la esfericidad de la tierra y las explicaciones sobre la representación de todo el orbe sobre un plano hacen de la Cosmografía nueva una obra que conjuga a la perfección la exactitud matemática con la experiencia contrastada y la aplicación de la perspectiva lineal a la cartografía[65]. En la sección dedicada a describir lo que él denomina el primer planisferio, Pérez de Oliva asume completamente la teoría de la perspectiva lineal:
Siendo empresa imposible trasladar todos los rasgos de una superficie curva a otra plana, respetando la proporción de las distancias, la laboriosidad de los geógrafos consiguió que se levantaran en un plano representaciones de la tierra, muy poco discrepantes de su verdadera imagen. También observamos que se ha conseguido algo semejante en otras artes, en las que insignes artífices intentan, con el mínimo error, construir una reproducción cuando no pueden alcanzar una proporción exacta. Así, pues, algunos, guiados por su talento artístico, trazan un plano bastante tosco y, a semejanza de un hemisferio, dibujan un círculo que comprende la mitad de la imagen terrestre[66].
Cada uno de los planisferios descritos por Oliva en su cosmografía hace referencia a las proyecciones ptolemaicas. A finales de los años veinte del siglo XVI Ptolomeo seguía siendo una gran autoridad en Europa en general y en España en particular. No en balde, Pérez de Oliva siguió de cerca sus enseñanzas para la construcción tanto de mapas parciales como globales. De forma más explicita que lo hicieron sus predecesores Oliva reconoció a los antiguos y a los modernos lo que era suyo. En un apartado de su obra titulado ‘De los descubrimientos de los antiguos y los modernos’ atribuye a los primeros la transferencia de su conocimiento mediante la precisión matemática del arte y ciencia cosmográfica y, a los segundos, la transmisión de sus hallazgos por conjetura de la posición, es decir, mediante juicios relativos formados por indicios u observaciones experimentales:
La antigüedad conoció con seguridad casi la cuarta parte del orbe que se extiende desde las islas afortunadas hasta oriente, al Norte del ecuador. Más allá de estos límites pocas cosas y de modo incierto eran conocidas, ya porque la zona tórrida hizo desistir de la navegación a los gobernantes de aquella época, considerándola inaccesible a causa del excesivo calor, ya porque desdeñaron extender su dominio sobre las gentes bárbaras que habitan todas aquellas regiones con costumbres salvajes. Pero después que la fortuna se mostró propicia a los españoles, merced a las frecuentes navegaciones y triunfales victorias, consideraron que toda aquella parte desconocida del orbe era muy inferior a su poder, pues en breve tiempo y con una mínima pérdida de hombre, recorrieron y sometieron a la vez todas aquellas regiones desconocidas hasta entonces. Así pues, aun reconociendo sus propios méritos a unos y otros, en modo alguno confundiremos los hallazgos de la antigüedad con los descubrimientos de los modernos, aunque aquellos nos han sido transmitidos con la precisión del arte, estos, en cambio, sólo por conjetura de la posición[67].
Los ‘dibujos
del orbe en plano’ de Jerónimo Muñoz
Si la Universidad de Salamanca representó el centro cultural de la Corona de Castilla, la Universidad de Valencia o Estudi General, creada en 1502, fue el eje medular de la actividad intelectual de la Corona de Aragón. Tanto en una institución como en otra se fomentó el cultivo de disciplinas matemáticas también hegemónicas en el resto de Europa. En Valencia, el humanismo contribuyó, del mismo modo que lo había hecho en Salamanca, al desarrollo de ciencias subsidiarias del conocimiento matemático[68]. Jerónimo Muñoz (1520-1592), un científico humanista valenciano, fue el profesor de matemáticas más sobresaliente de la Universidad de Valencia. Muñoz se caracterizaría por su preocupación en la aplicación de las matemáticas a la cartografía, a la agrimensura y, en general, a todas aquellas ciencias que el mundo moderno denominó matemáticas aplicadas[69].
Jerónimo Muñoz desarrolló su labor intelectual en un marco humanista dominado por el nominalismo parisiense, las manifestaciones erasmistas, el movimiento reformista y la tradición luliana. En general, Muñoz fue uno de los científicos más reconocidos de la España del siglo XVI en el campo de la astronomía, pero, sin embargo, sus maestros, Oroncio Fineo y Gemma Frisius, destacaron dentro del ámbito de la cosmografía. Muñoz pudo completar su formación con estos autores fuera de las fronteras españolas, especialmente en geografía y cartografía. Tras impartir clases en Valencia desde 1565, en 1578 Muñoz sucedió en Salamanca a los hermanos Aguilera, a Juan primero y a Hernando después, al frente de la cátedra de astrología[70]. Una vez en Salamanca, donde Felipe II ordenó alrededor de 1590 una intensificación y ampliación en la docencia de disciplinas matemáticas, Jerónimo Muñoz adoptó la responsabilidad de preparar a los futuros cosmógrafos de la Corona, una de las preocupaciones prioritarias del rey[71]. Muñoz fue el encargado de enseñar la Geographia de Ptolomeo, la Cosmographia de Apiano, diversas técnicas cartográficas, el arte de navegar e, incluso, el manejo de instrumentación como el astrolabio o el radio astronómico[72].
La producción impresa de Muñoz no fue amplia, pero sí muy variada, y extensa fue también la cantidad de manuscritos que quedaron sin publicar tras su muerte. El interés de Jerónimo Muñoz en este artículo se debe fundamentalmente a uno de estos manuscritos, titulado Astrologicarum et Geographicarum institutionum libri sex. Los editores españoles de este manuscrito han preferido titularlo Introducción a la Astronomía y la Geografía, una obra donde se recogen no sólo las influencias de Ptolomeo, ‘el príncipe de todos los geógrafos y matemáticos’ tal y como él lo consideraba, sino también de autores y textos modernos como el De Mundi Sphera sive Cosmographia (1542) de Oroncio Fineo y el De Principiis Astronomiae et Cosmographiae (1530) de Gemma Frisius[73]. Son muchos los temas cosmográficos tratados por Muñoz en esta obra, entre los que destacan la determinación de coordenadas geográficas a través del cálculo de la latitud y la longitud, el comentario al astrolabio universal del español Juan de Rojas Sarmiento, la construcción de globos terráqueos y estrellados, la descripción de lugares por medio de los ángulos de posiciones -también conocido como método de la triangulación- y la representación del nuevo ecumene en plano. Sin duda, nos interesa resaltar de la obra de Muñoz aquellos capítulos dedicados a la representación cartográfica de la superficie terrestre o a los dibujos del orbe en plano, explicados todos ellos en el libro 6 de su obra:
En una superficie plana, la descripción de las regiones nunca podrá hacerse de manera que se conserven con total conformidad las medidas verdaderas, por más que Euclides, Arquímedes y Ptolomeo intentaran con el mismo propósito representar de manera exacta en una superficie cualquiera el orbe, que por naturaleza es redondo. En efecto, o bien se dejarían de lado las longitudes de las regiones, o se descuidarían las distancias de los lugares o se cambiarían las latitudes, o no se conservarían las posiciones relativas de las zonas del mundo existentes entre los lugares, o dos o más de estas cosas se verían afectadas. La causa de ello es que no hay ninguna razón expresable entre la superficie redonda y la plana, como tampoco la hay entre la línea circular y la recta; por lo que tampoco la hay para pasar de la superficie esférica a la plana con exactitud[74].
Gran parte de sus explicaciones están destinadas tanto al tratamiento de las medidas de la longitud y los instrumentos necesarios para ello como a los procedimientos más adecuados para lograr una correcta representación del mundo. Como continuador del humanismo científico salmantino, Muñoz se siente deudor de las enseñanzas ptolemaicas, pero no sin llevar a cabo una revisión crítica de las mismas. Consciente de los errores de cálculo contenidos en las coordenadas proporcionadas por Ptolomeo en su Geographia, Muñoz advierte en el título del capítulo 8 del libro quinto que “no se ha de dar crédito a ninguna relación de longitudes y latitudes aportada por los matemáticos, a menos que su autor la haya escrito con procedimientos matemáticos tras haber recorrido las regiones por sí mismo”. Por este motivo se ha de seguir, según Muñoz, el método más fiable para el trazado de mapas de regiones particulares, es decir, el método de la triangulación, descrito por Frisius algunas décadas antes.
El problema elemental para Jerónimo Muñoz, como para cualquier cartógrafo del siglo XVI, fue la imposibilidad de representar sobre una carta plana una superficie esférica. La curvatura de la tierra y la convergencia de los meridianos plantearon un grave inconveniente a los cartógrafos modernos. Muñoz plantea algunas de las propuestas contemporáneas para representar el nuevo ecumene en un plano surgido tras los descubrimientos geográficos:
Si se quisiera describir alguna provincia de doce, veinte o de veinticinco leguas en un plano, se podrá hacer sin error sensible. Pero si se toman provincias mayores como España o la Galia para describirlas en el plano, el error se hará evidente pronto, pues el meridiano central del mapa, que tiene tantos grados de latitud como los meridianos extremos, es mucho mayor que estos […] Teniendo en cuenta que los errores nunca pueden evitarse del todo, mostraremos la habilidad de Ptolomeo para representar el orbe en un plano[75].
Muñoz no debió conocer las tempranas propuestas del portugués Pedro Nunes, ni la solución definitiva planteada en 1569 por Mercator. Para la resolución de esta dificultad Muñoz siguió en principio la habilidad de Ptolomeo, a cuya primera proyección cónica no le concede, tras el análisis de algunos errores, ningún interés, dado que en esta representación no se ha conservado de ningún modo, apunta Muñoz, la razón de los grados de latitud ni tampoco de longitud. La segunda proyección de Ptolomeo, dirigida a la descripción del orbe conocido por medio de líneas circulares, le parece una clara rectificación de los errores de la anterior, un sistema representativo que él mismo (Ptolomeo), prudente y sabio, dejó de lado. Pero, ¿cómo representar el orbe ampliado en nuestro siglo cuando ya queda poco del mundo que nos sea desconocido?:
Siguiendo los pasos de Ptolomeo, nos vemos obligados a hacer una descripción más completa del mundo, pues en nuestra época, gracias a las navegaciones de nuestros marinos, se ha explorado casi todo el Orbe[76].
Jerónimo Muñoz considera que la proyección ptolemaica cordiforme de Waldseemüller de 1507, modificada con meridianos curvados, derivada de la proyección segunda o pseudocónica de Ptolomeo y extendida a 360º de la circunferencia de la Tierra, constituía un ejemplo válido para demostrar hasta dónde había llegado la cartografía en el empeño por trasladar un cuerpo tridimensional a una imagen bidimensional. Tampoco parece que Muñoz esté en disconformidad con las representaciones del mundo en porciones de círculos con forma de corazón, cuya proyección se denomina cordiforme, como la utilizada por Oroncio Fineo en su mapa del mundo de 1532. Pero si se pretende corregir la división del círculo para que corresponda a la convexidad del globo y a él pueda conformarse, y por razones ópticas se ha de cortar el círculo para que sean posibles las descripciones del orbe, conviene recurrir a la proyección estereográfica ecuatorial, cuyo rasgo más característico descansa en el aumento de la escala conforme nos alejamos del centro. Esta fue la descripción utilizada por Apiano para dibujar el orbe en su Speculo cosmographico, y esta delineación es útil, además, si quieres respetar la razón óptica no sólo al trazar los paralelos, sino también al trazar los meridianos:
Del mismo modo como se trazan en el astrolabio de Ptolomeo los círculos Ártico y Antártico en las representaciones de los círculos de altitud de la esfera oblicua, se han de trazar los paralelos desigualmente distantes en esta representación que conserva la proporción óptica en cuanto a la desigualdad de los paralelos[77].
Sin embargo, Jerónimo Muñoz también se detiene en aquellas proyecciones, ovales, globulares o acimutales tangentes en el polo que él llama vulgares y carentes de arte porque de ningún modo se conserva la razón de la longitud del ecuador con los paralelos de latitud. Pese a sus incoherencias, escribe Muñoz, las usan los marinos y algunos geógrafos inexpertos, aunque los hombres doctos evitan representaciones de esta naturaleza:
Con estas representaciones adaptadas para describir todo el Orbe, hemos ofrecido, sin animadversión alguna, todo cuanto de valor se ha realizado sobre este asunto […] Recuérdese, no obstante, que junto a las representaciones universales han de señalarse las particularidades de los paralelos y los climas[78].
Para las descripciones de provincias particulares no muy extensas Muñoz ofrece, basándose en el método de la triangulación, una proyección trapezoidal que privilegie la verdadera proporción entre la longitud de los paralelos superiores e inferiores de la representación y la longitud del ecuador. Así, se daría justa cuenta de la convergencia de los paralelos. Este fue el sistema geométrico utilizado para la confección del mapa de la Península Ibérica que Muñoz incluyó al final de su obra[79]. En la última parte de su texto lleva a cabo una descripción geográfica de España con una excelente aportación de coordenadas de localidades españolas, entre las que destacan las del Reino de Valencia, un territorio que debió conocer como la palma de su mano y del que, incluso, pudo haber ofrecido datos para la inclusión de un mapa de dicho reino en la edición de 1584 del Theatrum Orbis Terrarum de Ortelius[80].
Conclusión
El renacer de los conocimientos teóricos de Ptolomeo coincidió con la nueva información práctica promovida por la expansión colonial y comercial. En este contexto cultural e histórico de recuperación de lo antiguo y descubrimiento de lo nuevo, el humanismo reconstruyó, en el primer Renacimiento, la geografía como una disciplina a la vez racional y experimental. La autoridad que a partir del siglo XVI adquirió la geografía se debió fundamentalmente a la estrecha comunicación con otras disciplinas vecinas y a la actitud humanista de contrastar la información procedente de los autores clásicos con las nuevas aportaciones realizadas, muchas veces, por artesanos y profesionales especializados en cuestiones relativas a la construcción de mapas o a la navegación hacia el Nuevo Mundo, aun sin formación intelectual. Los cartógrafos, cosmógrafos y navegantes, como artífices de una nueva realidad, pusieron en entredicho a las grandes autoridades clásicas desmintiendo sus venerados datos matemáticos cuando entraban en contradicción con la experiencia.
La paradoja humanista producida por la búsqueda de un modelo de humanidad en las fuentes grecolatinas y el advenimiento de nuevas noticias inclasificables en los viejos parámetros no sería una tarea fácil ni corta. El humanismo tuvo la ingente tarea de hacerse cargo de dos universos, uno milenario y otro recién nacido, uno proveniente del pasado y otro procedente del futuro más inmediato, produciendo así lo que algunos han denominado la crisis de la cosmografía renacentista. Sin duda, no son pocos los problemas que acechaban a la cosmografía durante el Renacimiento. Algunos autores han señalado la peligrosa separación que se produjo entre la geografía matemática y la descripción corográfica, o la falta de homogeneidad de la cartografía en esta época[81]. El hecho de que la teoría coexistiera con la práctica, que la tradición antigua conviviera con la experiencia moderna, que la actividad científica coincidiera con el savoir faire de los navegantes, no debe entenderse como un resultado negativo y mucho menos catastrófico. Si el término cosmografía aparecía vinculado tanto a un tratado de navegación como a los títulos de las obras de reformadores de la antigua ciencia geográfica no fue ni por casualidad ni por falta de homogeneidad, sino por todo lo contrario. En las crisis lo trascendental no siempre es lo que acaba, sino lo que empieza.
Según los defensores de la supuesta crisis de la cosmografía renacentista, ésta emergió de la ausencia de una respuesta satisfactoria a dos cuestiones. Por un lado, cómo podría reconciliarse la cartografía náutica de mar abierto con la geografía erudita de los humanistas de tierra adentro. Por otro lado, cómo se lograría proclamar la primacía de la observación y de la experimentación al tiempo que se reivindicaba la adaptación y revisión de la vieja tradición científica[82]. Antes de anunciar la muerte de la cosmografía en esta nueva forma aparentemente contradictoria, en este texto hemos defendido una versión diferente desde la raíz, desde el renacimiento de la Geographia de Ptolomeo. La representación cartográfica, en lo que tiene de arte y de ciencia, supo combinar con maestría los peligros de la cosmografía del Renacimiento. Una vez apoyados en las técnicas pictóricas, otras en los métodos científicos, los mapas, siempre salvaguardados y coronados por la aureola de la cultura visual, tuvieron la capacidad de hilvanar las matemáticas con la experiencia, la teoría con la práctica, la navegación con el humanismo, el clasicismo con los descubrimientos, lo nuevo con lo antiguo. Así lo reflejó el humanismo científico salmantino y así dejó constancia Waldseemüller en su mapa de 1507. La influencia que las ideas ptolemaicas ejercieron en la cosmografía renacentista europea también afectaron al imaginario geográfico de la Península Ibérica. En España los geógrafos humanistas adaptaron la herencia clásica y las técnicas antiguas de representar el ‘mundo conocido’ a los nuevos descubrimientos geográficos, de acuerdo a las inferencias teóricas de la Geographia de Ptolomeo.
La producción de imágenes requiere tanto de herramientas teóricas como prácticas que en la mayoría de los casos traspasan las barreras de lo temporal. En este artículo mi propósito ha sido dar cuenta de la historicidad del conocimiento científico en tanto que dependiente de representaciones externas. Si consideramos la representación cartográfica como un objeto científico capaz de producir imágenes externas estamos obligados a admitir que éstas quedarán sujetas a transformaciones culturales. Además de su carácter histórico, el análisis de estas imágenes sugiere que la actividad científica está compuesta por una compleja estructura, una evidencia que pasaría desapercibida si el estudio de la ciencia descansara únicamente en el análisis textual. La función que ejerció la cultura visual durante el período moderno pone de manifiesto que sus productos no sólo mediaron entre la ciencia y su contexto cultural, sino también profesaron como instancias intermedias entre el conocimiento práctico y sus reflexiones teóricas.
El estudio de la representación cartográfica, en tanto que perteneciente al amplio abanico de la cultura visual y de la cultura material, debe formar parte de la historia de la ciencia, ya fuera ésta concebida como historia de la cultura o como epistemología histórica del conocimiento científico. El objeto de nuestro trabajo es llevar a cabo una historia epistémica de las imágenes. Por este motivo, la aportación de este artículo estriba a mi juicio en destacar cómo se expandieron por Europa y cómo entraron en España los arquetipos ptolemaicos de representación y, sobre todo, cómo se adaptaron desde el humanismo peninsular a las noticias del encuentro colombino con un nuevo mundo. Nos hemos introducido en esta conjunción a través de la primera imagen donde aparece la palabra América, el mapamundi de Waldseemüller, una cita obligada en un trabajo sobre cosmografía del Nuevo Mundo y que injustamente tan poca atención ha merecido por parte de los últimos estudios que -desde la historia de la ciencia- se han centrado en la cosmografía atlántica e indiana[83]. Esta hipótesis parece indicar que en el momento inicial de representar lugares hasta entonces desconocidos, la imitación como método, los valores de la geometría ptolemaica -simplicidad, conformidad y adecuación- como contenido y los espejos de la naturaleza como resultado fueron los procedimientos a seguir para realizar una buena representación de la realidad. En definitiva, este trabajo defiende que la cosmografía española sobre el Nuevo Mundo a lo largo del siglo XVI responde al proyecto ptolemaico de representación.
Agradecimientos
La realización de este texto ha sido posible gracias, por un lado, a una beca de postgrado FPU concedida por el Ministerio de Educación y Ciencia y, por otro lado, al Proyecto de Investigación “Epistemología histórica; estilos de razonamiento científico y modelos culturales en el mundo moderno: el dolor y la guerra” (HUM2007-63267) financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología. Quiero expresar mi agradecimiento a Javier Moscoso, María Luisa Martín-Merás, Mario Biagioli, Manuel Lucena Giraldo y a tres evaluadores anónimos.
Notas
[2] Véase Contreras, 1983; Barón, 1989; Hernando Rica, 1992, 2006.
[3] Véase Milanesi, 1984.
[4] Véase Sánchez Martínez (en prensa).
[5] Véase Edgerton, 1975.
[6] Véase Lois, 2009.
[7] Véase Urteaga, 1987.
[8] Karrow, 1993, pp. 568-583.
[9] Shirley, 1983, p. 30 y 31; Porro Gutiérrez, 1999, pp. 377-394; y Meurer, 2007, pp. 1204-1207. Véase Stevens, 1928. Como su largo subtítulo indica el libro de Stevens consiste en una comparación analítica de tres mapas -Contarini (1506), Waldseemüller (1507) y Ruysch (1507-08)- para cada uno de los cuales se ha reivindicado la primacía de la representación del Nuevo Mundo. De los tres ejemplares, dos de ellos contienen el nombre de América. Cuando en el título de este artículo hacemos mención a ‘la imagen de América’ no pretendemos hacer un estudio pormenorizado de la cartografía americana, sino más bien mostrar -a partir de un ejemplo concreto, como es el mapa de Waldseemüller- cómo se enfrentaron los primeros cosmógrafos humanistas españoles a la aparición del Nuevo Mundo.
[10] Edición facsímil con traducción al inglés de J. Fischer, F. von Wieser y C. G. Herbermann. Esta edición fue publicada como el monográfico número 4 de la United States Catholic Historical Society en Nueva York en el año 1907 en conmemoración del cuarto centenario de su aparición. Pese a que en 1507 se consideró a Waldseemüller el autor tanto de la Cosmographia introductio como del globo y el mapa del mismo año, Franz Laubenberger ha sostenido que fue Matthias Ringman el responsable del texto y de la creación del nombre ‘América’. Ringman, como Waldseemüller, fue un cosmógrafo que trabajaba en el grupo de St.-Dié bajo la dirección de Gualtier Lud, el líder de la escuela. Véase Laubenberger, 1982 y Lehmann, 2010.
[11] Véase la reproducción facsímil de J. Fischer y F. R. von Wieser, Die älteste Karte mit dem Namen Amerika…1507 und die Carta marina…1516 des M. Waldseemüller, Innsbruck, 1905. Véase también la reproducción de Sanz, 1959. El mapamundi de Waldseemüller de 1507 ha pasado a la historia de la cartografía como el primer mapa impreso donde aparece la palabra ‘América’ sobre lo que hoy sería América del Sur. Una copia de este mapa, desconocido hasta entonces, fue encontrada en 1901 por el académico jesuita Joseph Fischer en la biblioteca del castillo de Wolfegg, en Alemania. Se trata de un mapa mural dividido en doce planchas que se encontraba en el interior de un volumen titulado Cosmographia introductio. Cada una de las planchas mide 45,5 x 62 cm. En la actualidad se conserva esta única copia de las 1000 que supuestamente se realizaron. La copia existente permanece hoy en la Library of Congress de Washington. Véase Harris, 1985. Esta representación en plano ha gozado de un gran respeto por parte de los especialistas y fue considerada un modelo a seguir por sus coetáneos. E. L. Stevenson escribió en un artículo que éste es el mapa impreso más relevante de los primeros cincuenta años después del descubrimiento de Colón. Stevenson, 1904.
[12] Eisenstein, 1994, p. 53. De la misma autora véase Eisenstein, 1990. Véase también Woodward (ed.), 1975; Karrow, 1999, pp. 64-69; Ivins, Jr., 1969.
[13] Jacob, 1992, p. 85.
[14] Broc, 1986, p. 19.
[15] Wolf (ed.), 1992, p. 121.
[16] Johnson, 2006, p. 15.
[17] Ibid., p. 15.
[18] Suárez, 1992. Véase la parte segunda de este libro dedicada al Nuevo Mundo, pp. 29-114.
[19] Dainville, 1969; Gallois, 1890.
[20] Johnson, 2006, p. 43.
[21] O’Gorman, 1977. A grandes rasgos y lejos de intentar simplificar en exceso la riqueza de la tesis de Edmundo O’Gorman, este ilustre historiador mexicano ha sostenido que América es un concepto derivado de un complejo proceso mental, de un acto intelectual que permitió su invención. Como es sabido, O’Gorman ha prestado especial atención a las múltiples barreras mentales que tuvieron que superar los hombres del siglo XVI para aceptar la existencia de una Quarta Pars.
[22] Portuondo, 2005, p. 3 y 4. Esta tesis doctoral ha sido publicada en 2009. Véase la bibliografía.
[23] Acerca de la recepción de las corrientes geográficas europeas en España y, en especial, en Salamanca, véase Sanz Hermida, 1996.
[24] Este ejemplar se encuentra en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia. Véase Contreras, 1983, p. 245.
[25] Véase Sánchez Martínez, 2009.
[26] En la Biblioteca de la Universidad de Salamanca se encuentran dos copias manuscritas de la edición traducida que Jacopo d’Angiolo hizo de la Geographia de Ptolomeo. Véase Randles, 2003; Carabias Torres, 2000, p. 190.
[27] Gautier-Dalché, 2007, p. 342. Del mismo autor véase un estudio más completo y reciente, Gautier-Dalché, 2009.
[28] Dainville, 1969, p. 498 y 501.
[29] En este punto conviene hacer una aclaración. A nivel conceptual, el término ‘humanismo’ nacería a comienzos del siglo XIX en Alemania como consecuencia de los debates generados en torno al papel que debían ocupar los autores y obras clásicas en la educación alemana decimonónica. Véase Bullock, 1989.
[30] Véase Baltasar de Céspedes, Discurso de las letras humanas, llamado El Humanista. Esta obra fue escrita en torno a 1600 y se publicó por primera vez en 1784. Bonmatí Sánchez, 2000, p. 19; Flórez Miguel, 1992, p. 21 y 22; Rico, 2002.
[31] Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999, p. 60. Véase Klein, 1961; Garin, 1981; Kristeller, 1982; Swerdlow, 1993.
[32] Véase Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999.
[33] Albares Albares, 1996, p. 179 y 180.
[34] Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999, p. 13, 22 y 23.
[35] Ibid., p. 50.
[36] Rico, 1996, p. 185.
[37] Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999, p. 109 y 110.
[38] Flórez Miguel, 1985, p. 13 y 14.
[39] Albares Albares, 1996, p. 179.
[40] Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999, p. 11 y 12.
[41] Véase Sánchez Martínez, 2010.
[42] Navarro, 1998, p. 153 y 154; Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999, p. 112 y 123.
[43] Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999, p. 107-109 y 112.
[44] Carabias Torres, 2000, p. 195.
[45] Flórez Miguel, 1985, p. 20.
[46] Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999, p. 113-116.
[47] Flórez Miguel, 1989, p. 379 y 380.
[48] Francisco Núñez de la Yerba, Cosmographia pomponii cum figuris. En Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1990a, p. 143.
[49] Pedro Ciruelo, Copiosísimo comentario a la Esfera del Mundo. En Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1990b, p. 73-75.
[50] Con respecto al año de publicación de esta obra son varias las fechas que han sido propuestas por los especialistas. Patrick Gautier-Dalché ha escrito que alrededor de 1487-90 Nebrija redactó su obra y que sería publicada en 1503. Gautier-Dalché, 2007, p. 342. David Buisseret ha mantenido, en el mismo libro que Gautier-Dalché propuso la fecha de 1503, que la obra de Nebrija fue publicada en 1499. Buisseret, 2007, p. 1073. Mariano Esteban Piñeiro ha apuntado que el texto de Nebrija se publicó en París en 1491, cuya edición más conocida es la realizada en Salamanca en 1499. Esteban Piñeiro, 1995, p. 698. Si nos atenemos a los acontecimientos resulta poco probable que la Cosmografía de Nebrija fuera publicada con anterioridad a 1499 o 1500. En su tratado Nebrija anuncia la llegada de los portugueses a la India, por tanto la fecha de publicación del Introductorium Cosmographicum debió ser posterior a la llegada a Lisboa del emisario portugués que se adelantó a la expedición de vuelta de Vasco de Gama. A pesar de que los humanistas salmantinos pudieron ser los primeros en recibir dicha noticia más allá de las fronteras portuguesas, la noticia aún llegaría más tarde a España, una vez que el rey de Portugal decidió enviar a un emisario en visita oficial a la corte española para informar del asunto.
[51] Elio Antonio de Nebrija, Introductorium Cosmographicum. Edición de Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1990a, p. 239. Los capítulos 7 y 8 respectivamente de la obra de Nebrija están dedicados a la ‘Descripción de la tierra en el plano según Ptolomeo’ y al modo en que se ha de representar en la esfera nuestra tierra habitable.
[52] Bonmatí Sánchez, 2000, p. 74.
[53] Lisi, 1994, p. 377; Cotarelo Valledor, 1947, pp. 24-27; Esteban Piñeiro, 1993.
[54] E. A. de Nebrija, Introductorium Cosmographicum. En la edición de Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1990a, p. 243.
[55] Flórez Miguel, 1981, p. 381; Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999, p. 30 y 31.
[56] E. A. de Nebrija, Introductorium Cosmographicum. Edición de Bonmatí Sánchez, 2000, p. 105.
[57] Véase Fernández de Enciso, 1999 [1519]. Fernández de Enciso dedica un capítulo de su tratado a las Indias Occidentales, una nueva parte del mundo que, por sus dimensiones, decide dividir en dos grandes espacios.
[58] Flórez Miguel, 1989, p. 382; Navarro, 1998, p. 154.
[59] Pedro Margallo, Physices compendium. Edición de Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1990a, p. 321. Margallo dedica varias secciones de su obra a la explicación de sus ideas cosmográficas relacionadas con la representación cartográfica entre las que destacan las siguientes: ‘Fundamentos de hidrografía y cosmografía del mundo’, ‘De la división del mapa y las medidas del orbe’, ‘Exposición del mapa: división y descripción de las partes habitadas de la tierra’ o ‘El arte de la cosmografía de Ptolomeo’.
[60] Flórez Miguel, 1989, p. 382 y 384.
[61] Pedro Margallo, Physices compendium. En la edición de Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1990a, p. 359.
[62] Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1990a, p. 377 y 378.
[63] Para una detallada biografía de Fernán Pérez de Oliva véase Ambrosio de Morales, Las Obras del Maestro Fernán Pérez de Oliva, natural de Córdoba, Rector que fue de la Universidad de Salamanca y Catedrático de Teología en ella; y juntamente quince discursos sobre diversas materias por su sobrino el célebre Ambrosio de Morales, Cronista del Católico Rey D. Felipe II, Córdoba, 1586; Atkinson, 1927; Fuertes Herreros, 1985; Olschki, 1943.
[64] Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1999, p. 63.
[65] Flórez Miguel, 1985, p. 20-23.
[66] Fernán Pérez de Oliva, Cosmografía nueva. Edición de Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1985, p. 113. El manuscrito de la obra de Pérez de Oliva se encuentra en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial.
[67] Pérez de Oliva, 1985, p. 143.
[68] Navarro y Roselló, 1992-94. Ya durante el siglo XV, el Siglo de Oro valenciano, el Consell de la ciudad de Valencia compró un ejemplar de la Geographia de Ptolomeo. Muy probablemente esta obra fue adquirida por el municipio valenciano para enviarla a alguna de las escoles municipales que existieron en Valencia con anterioridad a la fundación de su universidad. Véase Valero Olmos, 1993.
[69] Navarro, 1998, p. 158; Navarro y Rodríguez Galdeano, 1998.
[70] Navarro, 1995.
[71] Véase Montes, 1998, pp. 192-201; Beltrán de Heredia, 1970-73.
[72] Navarro, 1998, p. 156; Navarro, 1994.
[73] Muñoz, 2004. Edición dirigida por Víctor Navarro. En la actualidad existen dos manuscritos de la obra original, uno en la Biblioteca Estatal de Baviera (Munich) y otro en la Biblioteca Apostólica Vaticana (Roma).
[74] Ibid., p. 192. A partir del capítulo 7 del libro sexto comienza Muñoz a describir lo que él considera que son las proyecciones cartográficas más valiosas realizadas hasta la fecha.
[75] Ibid., p. 195.
[76] Ibid., p. 198.
[77] Ibid., p. 206.
[78] Ibid., p. 208.
[79] Navarro y Salabert, 2004, p. 39 del estudio preliminar de la edición de Muñoz.
[80] Navarro y Rodríguez, 1998, p. 70. Víctor Navarro ha sugerido que la información que Fadrique Furió Ceriol le facilitó a Ortelius para la introducción de un mapa del Reino de Valencia en la edición de 1584 de su atlas procedía de Jerónimo Muñoz, citado en su época como una auténtica autoridad en cuestiones geográficas.
[81] Lestringant, 1991, p. 159.
[82] Ibid., p. 162.
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© Copyright Antonio Sánchez, 2011.
Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.
Ficha bibliográfica: